Es interesante observar el nuevo sentido que adquiere la aplicación de tonos naturalistas a la representación pictórica de figuras humanas cuando esto deja de ser ineludible.
Son precisamente los fauves (grupo al que pertenece van Dongen) los primeros que utilizan deliveradamente el color de forma libre y expresiva, haciendo caso omiso a la tradición históricamente mantenida de asemejar al máximo los tonos del cuadro a los del modelo, con las únicas alteraciones sutiles dirigidas a mejorarlos, suavizarlos o exagerarlos.
Así, encontramos pieles de cualquier gama, jugando generalmente un papel significativo en las obras, como puede verse con claridad en la obra Femme fatale (1905), en la que el verde
parece enfatizar la sensación sórdida y decadente que rezuma el personaje, además de conseguir la brusca oposión al rojo con el que convive. La incomodidad de esa persona verde,
agria y violenta dentro del aparataje rojo no quedaría tan patente sin este efecto cromático. Las asociaciones simbólicas y culturales que cada color lleva consigo, así como los posibles diálogos entre varios, son fácilmente detectables al analizar una obra y tanto más si éstos son tan saturados como en este caso, de modo que simplifican la conceptualización sintética de la imagen.
Una vez instalado este cambio en la pintura y normalizada su interpretación en el gran público, se ha dado una interesante novedad: en este contexto de libertad cromática ha de haber un motivo para pintar una figura humana en tonos naturalistas, una vez superada la obligatoriedad pretérita. Para ilustrar esta circunstancia resulta especialmente clarificador Las luchadoras (1908), una obra en la que el "color carne" más básico e infantil (ubicado obviamente en la tradición europea de piel mayoritariamente blanca) no se limita a cubrir las zonas donde hay piel, sino que invade toda la tela, incluyendo tanto los atuendos como el fondo. Por tanto es este tono el que protagoniza el cuadro, una escena estática y pesada en forma de posado de grupo, que sin embargo es especial porque nos habla, mediante el color, de la contundente y poderosa materia cárnica sobre la que reside la esencia misma de la lucha. los matices raciales que pueden apreciarse no son objeto de este análisis general, sino que merecerían un nuevo artículo que pueda fijarse también en otros aspectos específicos de esta obra.
En conclusión, el tono que inunda este lienzo es en sí la actividad y el sentido de esa pose de grupo, lo que todas tienen en común, su composición matérica y su herramienta de trabajo. Esto ocurre en diversas maneras durante el siglo veinte, el color naturalista en las carnaciones se torna elemento semántico en muchos casos.